Arely Bonilla
El café es un bálsamo para el corazón y el espíritu.
Giuseppe Verdi
«Déjame saborearte sin inhibiciones; que tu espuma caliente me roce los labios; que tu olor estimulante me queme la garganta de placer; que este líquido analgésico acelere el metabolismo de mi cuerpo; que en par de buches de pasión me trague tu esencia antioxidante; que alucine de excitación cuando pase la última gota de esta ambrosía por la boca y chupe el azúcar que siempre queda rezagada en el fondo de la taza de café que me bebo todas las noches junto a ti».
Autor anónimo.
La humanidad se mueve gracias al café.
Hace unos días, en el interior de una biblioteca de Ixhuatlán del Café, cuna del mejor café de México, un puñado de hombres, resignados, jamás derrotados, esperan su caja de fungicida para combatir la roya que ataca la producción de café. La dosis es ésta: tres frascos por héctarea.
Lejanos quedan esos tiempos en que gracias al café, Coatepec tuvo un gran auge económico y llegó a cotizarse en la bolsa de Nueva York. Conociendo esto, empresas extranjeras llegaron a la región a comprar y exportar grano.
La historia cafetalera de este pueblo comenzó en el año de 1808, cuando llegaron las primeras plantas de café a México. Gracias a su ubicación geográfica y a su excelente clima, Veracruz se convirtió en uno de los primeros estados donde se cultivó la planta. Fue en donde se dio un mayor desarrollo. Coatepec logró convertirse en «la capital del café».
En el año de 1808, luego que recibió el presbítero D. José Santiago Contreras, la tierra de Tecosolco proyectó sembrar café. Atendiendo a que tenía relaciones de amistad en La Habana, hizo el pedido de seis mil matas de café a un amigo que vivía en La Habana y llegó a Veracruz el día 16 de mayo de mil ochocientos ocho. Estando recomendado en Veracruz por D. José Arias para inmediatamente los despachara para Jalapa, para que no se secara la planta. Cuando llegó a Coatepec vino con una instrucción para sembrar la que decía que le hicieran una casita a cada mata.
D. Santiago estaba esperando la planta, ya tenía dispuesta la tierra con hoyos y majada vuelta tierra y luego que llegó el café lo sembraron, poca planta se perdió. Fue sembrada cerca de donde corre un arroyo permanente.
Cada dos días andaban los mozos regando agua en cada mata, haciendo en contorno un circulo como de una vara fuera de la mata. Plantado el café y atendiendo con eficacia, empezaron a hacerle pedidos grandes y sembró mucho café en la hacienda de Zimpizahua.
La primera cosecha de café que se dio en Tecosolco, la vendió D. Santiago Contreras a sesenta pesos quintal y le compensó los gastos que hizo en la exportación de La Habana a Coatepec.
El Presbítero D. Andrés Domínguez después de estar administrando en San Mateo Chichiguela, fue destinado a la administración de Teocelo, y le pidió planta a D. Santiago Contreras para sembrar una huerta y lo estableció en ese pueblo del cantón de Coatepec y se esparció en todo el entonces cantón hasta Cosautlán.
En los años ochenta, hubo una fuerte crisis internacional en los precios del café, provocando que la producción decayera y las familias cafetaleras dejaron de ver como un negocio la producción de café.
Sumido en el desplome de los precios internacionales, México pierde terreno y pasa de ser el cuarto productor mundial en 1987 al undécimo, 33 años más tarde.
«Sin producto, ¿de qué vamos a vivir?», se preguntan los campesinos deambulando por las montañas de Coatepec, la capital cafetalera de México, en el Estado de Veracruz.
Hoy es un día cualquiera de un año particularmente malo. Como el pasado y el antepasado. Como las tres últimas décadas para el café mexicano. Aferrados a la siembra que les dio para sostener familias y conseguir realizar sueños, los campesinos de Coatepec empuñan un machete y recorren decenas de fincas de camino a casa. Huertas abandonadas y azotadas por la plaga. Tierras cafetaleras que dieron paso al cultivo de caña y que se resisten a una creciente urbanización. Parajes solitarios que ven cada vez más atracos, delincuencia, homicidios y drogadicción y cada vez menos jóvenes en el campo.
Coatepec, poblado que lo apostó todo al llamado oro negro no ve salida a una crisis que ha arrinconado a la mayoría de los 500 mil cafeticultores del país.
En los campos de Coatepec, que ya ni siquiera se cuenta como el municipio de Veracruz que más produce café… se respira el desencanto.
Los campesinos de la región no son dueños de las huertas, cobran 160 pesos diarios, por trabajar tierras de otros. «Si a los patrones les va mal, a nosotros también». Hay tan poco trabajo y tan mal pagado que los jóvenes ya no quieren dedicarse al campo, son albañiles, dependientes de pequeñas franquicias comerciales, muchos no estudian ni trabajan, otros emigran a Estados Unidos.
Ellos, los trabajadores, son parte del eslabón más débil de la cadena productiva, los jornaleros sin tierras, junto con la historia de pequeños minifundistas.
Ocho de cada 10 productores en México tienen menos de dos hectáreas, según datos oficiales. Hay un correlato doloroso entre el café y la miseria.
El principal detonante de la crisis es el desplome de los precios del grano, que alcanzaron a finales de 2018 su nivel más bajo en la década, según la Organización Internacional del Café. El café se rige por la oferta y la demanda. Se produce tanto y en tantas partes del mundo que cuando llegó la época de la cosecha en México, entre noviembre y marzo, ya había demasiado producto barato en cotización.
La apreciación del peso frente al dólar dejó a los productores mexicanos, que tienen costos de producción altos, fuera de la jugada. Los cuatro meses de cosecha tienen que ser lo suficientemente buenos para sostener el gasto del resto del año. Las cuentas no salen.
Es el resultado de un abandono crónico del campo y de muchos años perdidos.
El punto de inflexión fue la desaparición del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) en 1989, que no solo era el rector del Gobierno en el sector, sino que también actuaba como una agencia de desarrollo con funciones de asistencia técnica y la comercialización.
Inmecafé lastrado por la corrupción y la mala gestión, al desaparecer marca una transición abrupta de un modelo productivo de fuerte presencia estatal a una visión ortodoxa de libre mercado. Esa transición fue traumática porque implicó menos recursos sin erradicar la corrupción.
De una política cafetalera con fisuras se pasó a una no política.
El telón de fondo sigue siendo la crisis del sector. El consenso es que la solución pase por evitar enfrentar a los grandes y pequeños productores, pero, sin un plan maestro para el campo y sin un instituto gubernamental que cree compromisos formales entre los actores implicados, la cafeticultura mexicana sigue en punto muerto. Los productores aún esperan tiempos mejores en un negocio en boga en las barras de las grandes ciudades, pero pauperizado en el campo.
Los campesinos de Coatepec, sabedores de lo anterior, toman su frasco de fungicida, para combatir la roya y asumen su realidad con los cinco sentidos. Por el momento es a lo que tienen derecho.
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