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    Tránsito

    Arturo Reyes González
    Burladero

    Sucedió hace apenas un par de semanas atrás, un viernes, en las afueras de la oficina de la Dirección de Transporte (DGTE) a cargo de Roberto Santoyo, en la capital, ahí donde las arañas hacen su nido y uno también cuando acude a realizar algún tipo de trámite o consulta; sí, leyó bien, o consulta, para mayores señas, junto a las oficinas de Tránsito en Xalapa, exacto, por el Teatro del estado, en la zona centro o el corazón ciudad.
    Acudí a encontrarme con un amigo que fue a realizar un trámite para el permiso de una unidad de transporte público, aparentemente nada complicado sobre todo porque me presumió que traía todos sus papeles en regla y no tardaría mucho… yo todavía iluso le creí.
    Venido del puerto de Veracruz, ubicó la oficina y respectiva cola para formarse, no podía faltar. Mientras avanzaba y platicábamos de temas polacos distintos a los de la DGTE, una señora de aproximados 42 años, bien vestida, con un rollo de papeles y folders en mano, se acercó a nosotros y nos dio los “buenos días”; acto seguido nos preguntó por el tipo de trámite que íbamos a solicitar.
    Mi amigo le respondió y ella de inmediato le dijo: “le faltan documentos, no pasa con cierta autoridad”; nuestra cara fue de asombro. “¿Usted trabaja aquí le consulté?”, ¡no! Fue la respuesta inmediata, “pero yo se los puedo resolver en menos de lo que canta un gallo… tengo amigos adentro”.
    Mi cuate volvió a la cargada y le afirmó: “acabó de venir hace unos días a otro trámite idéntico y no me pidieron los papeles originales que usted señora me indica y sí me otorgaron el permiso correspondiente”.
    En lo personal me molestó la amable oferta de la señora. Le dije delante de ella (hoy pienso que eso pudo ser parte del error) a mi brother: “no lo aceptes, mándala a la fregada, si tú crees que cumples con los requisitos no aceptes y si de ésas se trata, yo ahora meto mi cuchara y pido que te ayuden… aquí tengo amigos”.
    La señora dio las gracias y se retiró. Pasó 20 minutos, cuarenta y no llegábamos a la ventanilla de trámite. Dije: “más paciencia, sólo eso”. Mi amigo fue al sanitario, regresó, me dijo: “vi de nuevo a la señora y me ofreció de nuevo su ayuda”, y me consultó: “¿Y si la aceptamos?, ¡Me dice que lo saca de inmediato y sin problemas… nos cobra 800 pesos!” Se me hizo mucho dinero por algo que dije a mi mismo, “es un trámite sencillo”.
    La cara de mi amigo era de resignación, yo volví a agarrar valor: “no”, le dije, “déjame, voy a hablarle a una amistad”… valiente ayuda, para mi suerte, no estaba en la ciudad. Para no hacer el cuento más largo, llegamos a la ventanilla; lo pasaron a otra oficina y salió con una cara de tristeza… lo habían bateado, que no llevaba los originales y que no sería posible concretar la solicitud, cuando días antes sí pudo.
    Le hablé a una amistad, a otra y a otra pidiendo ayuda sin resultado alguno. Me dijo: “ahora le hablo a un compañero que puede venir y que me lo traiga… tardará un par de horas”. El compadre tardó más de dos, casi tres por lo que cerraron la oficina de la DGTE para ir a comer.
    Cuando volvieron a abrir, ya eran las cinco de la tarde. Éramos los primeros en la fila dado que comimos ahí junto en una fonda donde también comió el personal que más tarde nos atendería. Al presentar ya el papel original que antes nos faltó, la empleada de modo cínico por el tono que utilizó nos dijo: “el encargado de autorizar su trámite ya no va a regresar, ya no les puedo ayudar, por favor regresen el próximo lunes”.
    ¡El próximo lunes! ¡Qué pinche descaro y cinismo! Nos vio comiendo ahí, le dijimos que ya habíamos mandado a traer el papel, ¿y era mucho pedir que fuera de su horario nos compartiera el dato de que el tipo ese no nos iba a atender?
    Me dio un pinche coraje, estaba verde y fúrico, pero se me bajó al ver la cara de tristeza de mi amigo, de quien yo pensé, debe de estar arrepentido de no haber aceptado la propuesta de la “coyote”, la señora que le aseguró lo arreglaría de inmediato.
    Yo le pedía disculpas y quería hacerme chiquito (más), me sentí tan culpable y al mismo tiempo sacaba cuentas de lo que había gastado: su viaje desde el puerto, casetas, gasolina, comidas, ¡su tiempo! Y peor me sentía; él sólo decía: “no te preocupes no es tu culpa, regreso el próximo lunes”.
    Valiente ayuda la mía. ¿Usted que cree, hubiera arreglado la coyote el trámite? Yo creo que sí. Bendita corrupción.

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