Salvador Muñoz
Los Políticos
Justo cuando ya veía mi estatua de Paciente Zero (así, con Zeta para que se vea con más chaché…) ante lo que yo creía haber abierto la Caja de Pandora a una nueva enfermedad, el resultado echó por los suelos mi calentura de grandeza: Tenía dengue.
Un dolor de cabeza que superó tranquilamente a mis amigas de la vida (las migrañas) junto con fiebre, me llevó a la cama y después a una clínica para terminar en un hospital en las manos de una epidemióloga.
El terror a las agujas desapareció ante el primer piquete que según habría de desaparecer el dolor de cabeza y la temperatura… pero no… tanto fiebre como cefalea persistieron y tuvimos que pasar a otra fase: examen de sangre.
Igual… mi temor a las agujas ni lo recordaba… sólo restaba esperar los resultados.II
Todo empezó un domingo… estaba trabajando en la computadora y me levanté tranquilamente por agua y un leve mareo con algo de náuseas sacudió mi cuerpo. Le dije a la mujer: «Me voy a enfermar».
Por la noche, una sensación de temperatura me invadía así como un dolor de huesos que me presagiaba gripe… así que me zambuté antigripales y a partir de ese día, bien abrigado.
Lunes y martes con molestias propias de lo que es una gripe y medicamento… el sudor en las madrugadas y esa sensación de fiebre, repentinamente desaparecieron como por arte de magia el miércoles. Cinco de la mañana, abro los ojos y dije: «¡Me siento de maravilla!»
Cogí y me dirigí al trabajo… bueno, realmente nada más me fui al trabajo, sintiéndome estupendo. Vinieron familiares de México, platiqué con ellos y me invitaron a cenar… todo iba bien hasta que cayó la tarde y quería que se me cayera también la cabeza: la cefalea había vuelto con más intensidad.
Se lo comenté a mi esposa y hasta intenté que cancelara la cena, pero su temor a ser descortés volvió a recordarme ese episodio del asesino de «La chica del dragón tatuado», cuando atrapa a un policía que lo perseguía ofreciéndole una copa y éste acepta a sabiendas de que podía morir… le tememos más a ser descortés que a morir, parece.
Total que esa noche del miércoles, con todo y mi dolor de cabeza, ahí me tiene en la cena. Un vaso de clericot que bebo con ansiedad. ¿Cenar? No se me antoja nada… sólo tengo sed. Una botella de vino que se consume y ¡voilá! el vino hace su efecto… olvido el dolor.
Al día siguiente responsabilizo a la cruda por mi dolor de cabeza que se incrementa conforme pasan las horas… ya más tarde, no aguanto la cabeza. Paso una noche de los mil demonios. Y el viernes, saco la chamba pero no concluyo la edición. Me retiro a la casa para terminar en un hospital.
El diagnóstico: Dengue.
III
Me precisan que no me van a encamar. Me mandan a la casa. Sólo los casos de Hemorrágico son atendidos en el nosocomio… los clásicos, como el mío, son enviados a reposar en casa.
Con mis exámenes de sangre detectan una baja considerable de mis defensas así como una inflamación hepática y triglicéridos a su máxima exponencia. En pocas palabras, el dengue abrió mi caja de Pandora y todos los males se desataron… era necesario otros exámenes más.
Le digo a la epidemióloga: «Oiga, desde aquí parece que ordena que me hagan el examen de VIH»… su respuesta, con sonrisa a flor de labios, me confirma: Es examen de Elisa.
—Bueno, el que nada debe, nada teme— respondo pero no por ello sacadísimo de onda.
IV
Un fin de semana con fiebre y dolor de cabeza, suministrándome medicamento a lo bestia y mis días se hicieron tipo Jeep… de cuatro por cuatro… y es que cada cuatro horas, religiosamente, debía tomarme tres cápsulas con la idea de levantar mis defensas…
El lunes acudo al IMSS a hacerme mis nuevos análisis de sangre. Siete de la mañana y una enorme fila que hacen de mi malestar un infierno. Tras hora y media de espera, nuevamente sangre y ahora a esperar en la tarde los resultados.
Los dolores de cabeza han disminuido así como las temperaturas en una escala de 2 a 7… la Doctora ve mis exámenes y sí, no tengo VIH pero tengo otras cosas que obligan a dejar azúcar, harinas, carnes rojas y meterle más agua, frutas, carnes blancas y verduras, así como cítricos… y reposo, mucho reposo… intento dar una vuelta más tarde por el parque de la casa y entiendo a qué se refiere con «reposo, mucho reposo». Un sudor frío recorre mi frente apenas con unos cuantos metros caminando… regreso a cama y «reposo, mucho reposo».
Intento ver las noticias por internet y media hora después, ya no soporto la pantalla… «reposo, mucho reposo». Y tomo en serio las palabras de la doctora.
V
Hoy, ya me siento mejor… se me caen los pantalones, disminuyó mi panza chelera y bajé dos kilos… ¡mucho mejor! Fue una semana difícil y aunque al principio veía al gobernador Javier Duarte develando mi estatua en Jardines de Xalapa como el paciente Zero de una rara enfermedad, mi triste realidad es que acabé siendo sólo una fría cifra más de los enfermos de dengue en Veracruz…
¡Cuídense!
Un dolor de cabeza que superó tranquilamente a mis amigas de la vida (las migrañas) junto con fiebre, me llevó a la cama y después a una clínica para terminar en un hospital en las manos de una epidemióloga.
El terror a las agujas desapareció ante el primer piquete que según habría de desaparecer el dolor de cabeza y la temperatura… pero no… tanto fiebre como cefalea persistieron y tuvimos que pasar a otra fase: examen de sangre.
Igual… mi temor a las agujas ni lo recordaba… sólo restaba esperar los resultados.II
Todo empezó un domingo… estaba trabajando en la computadora y me levanté tranquilamente por agua y un leve mareo con algo de náuseas sacudió mi cuerpo. Le dije a la mujer: «Me voy a enfermar».
Por la noche, una sensación de temperatura me invadía así como un dolor de huesos que me presagiaba gripe… así que me zambuté antigripales y a partir de ese día, bien abrigado.
Lunes y martes con molestias propias de lo que es una gripe y medicamento… el sudor en las madrugadas y esa sensación de fiebre, repentinamente desaparecieron como por arte de magia el miércoles. Cinco de la mañana, abro los ojos y dije: «¡Me siento de maravilla!»
Cogí y me dirigí al trabajo… bueno, realmente nada más me fui al trabajo, sintiéndome estupendo. Vinieron familiares de México, platiqué con ellos y me invitaron a cenar… todo iba bien hasta que cayó la tarde y quería que se me cayera también la cabeza: la cefalea había vuelto con más intensidad.
Se lo comenté a mi esposa y hasta intenté que cancelara la cena, pero su temor a ser descortés volvió a recordarme ese episodio del asesino de «La chica del dragón tatuado», cuando atrapa a un policía que lo perseguía ofreciéndole una copa y éste acepta a sabiendas de que podía morir… le tememos más a ser descortés que a morir, parece.
Total que esa noche del miércoles, con todo y mi dolor de cabeza, ahí me tiene en la cena. Un vaso de clericot que bebo con ansiedad. ¿Cenar? No se me antoja nada… sólo tengo sed. Una botella de vino que se consume y ¡voilá! el vino hace su efecto… olvido el dolor.
Al día siguiente responsabilizo a la cruda por mi dolor de cabeza que se incrementa conforme pasan las horas… ya más tarde, no aguanto la cabeza. Paso una noche de los mil demonios. Y el viernes, saco la chamba pero no concluyo la edición. Me retiro a la casa para terminar en un hospital.
El diagnóstico: Dengue.
III
Me precisan que no me van a encamar. Me mandan a la casa. Sólo los casos de Hemorrágico son atendidos en el nosocomio… los clásicos, como el mío, son enviados a reposar en casa.
Con mis exámenes de sangre detectan una baja considerable de mis defensas así como una inflamación hepática y triglicéridos a su máxima exponencia. En pocas palabras, el dengue abrió mi caja de Pandora y todos los males se desataron… era necesario otros exámenes más.
Le digo a la epidemióloga: «Oiga, desde aquí parece que ordena que me hagan el examen de VIH»… su respuesta, con sonrisa a flor de labios, me confirma: Es examen de Elisa.
—Bueno, el que nada debe, nada teme— respondo pero no por ello sacadísimo de onda.
IV
Un fin de semana con fiebre y dolor de cabeza, suministrándome medicamento a lo bestia y mis días se hicieron tipo Jeep… de cuatro por cuatro… y es que cada cuatro horas, religiosamente, debía tomarme tres cápsulas con la idea de levantar mis defensas…
El lunes acudo al IMSS a hacerme mis nuevos análisis de sangre. Siete de la mañana y una enorme fila que hacen de mi malestar un infierno. Tras hora y media de espera, nuevamente sangre y ahora a esperar en la tarde los resultados.
Los dolores de cabeza han disminuido así como las temperaturas en una escala de 2 a 7… la Doctora ve mis exámenes y sí, no tengo VIH pero tengo otras cosas que obligan a dejar azúcar, harinas, carnes rojas y meterle más agua, frutas, carnes blancas y verduras, así como cítricos… y reposo, mucho reposo… intento dar una vuelta más tarde por el parque de la casa y entiendo a qué se refiere con «reposo, mucho reposo». Un sudor frío recorre mi frente apenas con unos cuantos metros caminando… regreso a cama y «reposo, mucho reposo».
Intento ver las noticias por internet y media hora después, ya no soporto la pantalla… «reposo, mucho reposo». Y tomo en serio las palabras de la doctora.
V
Hoy, ya me siento mejor… se me caen los pantalones, disminuyó mi panza chelera y bajé dos kilos… ¡mucho mejor! Fue una semana difícil y aunque al principio veía al gobernador Javier Duarte develando mi estatua en Jardines de Xalapa como el paciente Zero de una rara enfermedad, mi triste realidad es que acabé siendo sólo una fría cifra más de los enfermos de dengue en Veracruz…
¡Cuídense!
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